lunes, 11 de julio de 2011

Quincuagésimo septimo



























El moño y el paraguas

Se acaba de ir,
no solo no se llevo lo que se había olvidado en mi casa,
sino que dejo algo mas a cambio.
No son cosas de demasiado valor, ni de gran tamaño o de vital importancia.
Son solo eso, pequeñas triviales excusas baratas.
Una abajo de mi abrigo, otra en mi mesita de luz.
Excusas que tengo que esconder para que otras personas no vean.
Excusas que probablemente se apilen
junto a otras viejas excusas que no eran necesarias.
Pero aunque no se usen, se necesita que estén ahí, por las dudas, quien sabe?.
Cuando ya no hay más charlas importantes que tener,
ni regalos ostentosos que dar,
cuando no hay ni ganas de cojer,
ni necesidad de ver al otro llorar,
las excusas están ahí, reclamando autoridad,
tan patéticas y ciertas, como sacar a una chica a bailar,
invitarle un trago o llevarla a cenar.
Y tan reales, como la vez que se quedo a dormir
lo hicimos 3 veces, nos levantamos de la cama tan solo para comer,
nos hicimos masajes, le mostre un par de canciones,
nos dimos unos 305 besos (aproximadamente), (no) nos bañamos juntos,
escuchamos radiohead y nos reímos de mirarnos tanto.
Luego, agarro su sobretodo, su chalina, la acompañe a la parada y se fue.
Olvidando su excusa sobre mi mesita de luz y las justificación entre mis sabanas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario